Alfred se dirigió a Rhode Island, a la mansión del señor Roderieck, su jefe. En la furgoneta, iba pensando. Pensaba en su mujer, a la que había abandonado desde hace días. Pensaba en Valenti, al que no llamaba desde también muchos dás y estaría hechando humo.
Cogió el móvil y lo encendió. Tenía 43 llamadas perdidas de Valenti y 56 de su mujer.
También había un mensaje de su mujer. Decía lo siguiente:
Alfred:
por favor, vuelve a casa. Me habías prometido que todo iba a cambiar, y no es así. No voy a aguantar mucho más tiempo.
Adios.
Alfred sintió que se le desgarraba el corazón. No podía dejar el mundo de Caín, tampoco quería, pero deseaba que volviesen aquellos momentos de felicidad, cuando ellos se querían. Antes estaba ilusionadísimo con la niña, y ahora le daba igual. Quería su vida.
Sin darse cuenta vio el cartel en el que ponía "Rhode Island". Ya había llegado.
Vio la luz encencida. Le vio a él solo, en el salón tomando una copa de alguna bebida extraña. No había indicios de que hubiese nadie en la casa. Espero veinte minutos, y cuando se aseguró de que estaba solo en casa, se fue por una calle trasera. Se puso la máscara, cogió la pistola que le había dado Valenti, y se metió silenciosamente en la casa.
La puerta estaba de espaldas al señor Roderieck, asique se puso detrás de él.
-Hola, Sr. Roderieck; ¿preparado para morir?
-¿Qu-qu-quiñen demonios es ustéd?
-¿Yo? Soy su peor pesadilla.
En el justo momento en el que terminó la frase disparó el gatillo. Espero 10 segundo, a ver si se encendía alguna luz, o se oía algo. Nadie parecía haberse enterado del disparo. El hombre estaba vivo, asique cogió una de las botellas del hombre, y le dio en la cabeza. Ya estaba muerto. Cogió el puro y se lo puso en la cara, como marca personal. Después, manchó sus guantes de sangre y escribió en la pared "Caín".
Una vez que se había asegurado de no haber dejado huellas, se fue. Un trabajo hecho.
Volvió a su casa. Eran las tres, y pensó que su mujer estaría aún dormida. Pero no era así. Estaba en el sofá, sosteniendo un cigarrillo. Había fumado varios.
-Alfred, ¿dónde has estado? ¡Maldita sea! Te he llamado millones de veces. Prometiste que no ibas a irte más. Prometiste que todo sería como antes.- Dijo Danielle entre sollozos.
-Lo siento. Se que no estoy siendo un buen marido, pero te prometo que seré un buen padre, e intentaré estar aquí contigo.
-¡No! ¡No me valen tus absurdas promesas! ¡No estarás conmigo! No cambiarás. ¿Por qué me haces esto?
-Lo siento de veras. Últimamente mi vida está muy cambiada, y necesito escapar. Yo te quiero mucho, no lo dudes nunca. Ahora es mejor que vayamos a la cama. Es tarde.
-Yo me quedaré un rato aquí.
-Como quieras.
Danielle sabía todo lo de Cain. Sabía por qué se iba tanto tiempo. Iba a matar, y no sabía si iba a poder soportar toda essta historia. Si iba a poder soportar dormir con un hombre que mata y que disfruta con ello. Por ahora no diría nada.
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